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“El primer recuerdo de Bruno databa de los cuatro años; era el recuerdo de una humillación. Entonces iba al parvulario del parque Laperlier, en Argel. Una tarde de otoño, la institutriz había explicado a los niños cómo hacer collares de hojas. Las niñas esperaban sentadas en medio de la cuesta, ya con los signos de una estúpida resignación femenina; la mayoría llevaban vestidos blancos. El suelo estaba cubierto de hojas doradas; los árboles eran sobre todo castaños y plátanos. Uno tras otro, sus compañeros terminaban el collar e iban a colgarlo al cuello de su pequeña favorita. Él no hacía progresos, las hojas se rompían, todo se destruía entre sus manos. ¿Cómo explicarles que necesitaba amor? ¿Cómo explicárselo sin el collar de hojas? Se echó a llorar de rabia; la institutriz no acudió en su ayuda. Ya había acabado todo, los niños se levantaron para salir del parque. Un poco después, el colegio cerró.”
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